EL PATER NOSTER...

"En verdad, en verdad os digo... cuanto pidierais al Padre en mi nombre, yo lo haré a fin de que el Padre sea glorificado en el Hijo." (Jn.14,13).

I. Padre nuestro que estás en el cielo, en el cielo de la Eucaristía, a ti, que estás sentado sobre ese trono de gracia y de amor, bendición, honor, gloria y poder por los siglos de los siglos.

II. Santificado sea tu nombre... en nosotros por el espíritu de tu humildad, obediencia y caridad, y hagamos humildes y devotos que tú seas conocido, adorado y amado por todos en la Eucaristía.

III. Venga a nosotros tu reino... eucarístico. Reina tú solo para siempre sobre nosotros con el imperio de tu amor, por el triunfo de tus virtudes, por la gracia de la vocación eucarística, para tu mayor gloria.

Concédenos la gracia y la misión de tu santo amor, para que podamos predicar, extender y difundir por todas partes con mayor eficacia tu reino eucarístico, y cumplir así tu vehemente deseo manifestado cuando decías: "Fuego he venido a traer a la tierra y ¿qué he de querer sino que arda?" (Lc.12,49) ¡Ojalá seamos nosotros los incendiarios de este fuego celestial!

IV. Hágase tu voluntad, así en la tierra como en el cielo. Quererte a ti solo, desearte sólo a ti, pensar solamente en ti sea siempre nuestra alegría y regocijo, de tal manera que, abnegándonos en todo y siempre, en cumplimiento de tu voluntad buena, complaciente y perfecta sea nuestra luz y nuestra vida. Por lo que hace al estado y desarrollo de nuestra sociedad quiero lo que tu quieras, porque tú lo quieres, del modo que lo quieras, todo el tiempo que lo quieras; perezcan nuestros pensamientos y deseos, si no proceden puramente de ti, no terminan en ti y en ti no descansan.

V. Danos hoy, el pan nuestro de cada día. Señor mío Jesucristo que alimentaste diariamente a tu pueblo con el maná del desierto; que quisiste ser la única herencia de los levitas; que legaste a los apóstoles tu divina pobreza, a ti sólo queremos y elegimos por nuestros único procurador y mayordomo. Tú sólo serás nuestra comida, nuestro vestido, nuestra riqueza, nuestra gloria, el remedio de nuestros males y la defensa de nuestros enemigos. Te prometemos no recibir ni desear nada del favor de los hombres ni de la amistad del mundo. Tú serás para nosotros todas las cosas; los hombres, nada, y nada queremos de ellos, como no sean la cruz y el olvido.

VI. Perdónanos nuestras ofensas. Perdona, Jesús, los pecados de mi juventud, los cometidos en mi vocación tan santa, para que con buena conciencia y puro corazón pueda con dignidad acercarme a tu santo altar, para que con buena conciencia y puro corazón pueda con dignidad acercarme a tu santo altar, servirte santamente y merecer alabarte con los ángeles y santos. Perdona los pecados cometidos contra nosotros; no castigues a los que nos combaten, calumnian y persiguen, sino devuélveles bien por mal, beneficios por las ofensas, amor por el odio.

Así como nosotros perdonamos a los que nos ofenden. Sí, de todo corazón, con caridad verdadera, con toda el alma y con sencillez de niños, se lo perdonamos todo, deseándoles y procurándoles, con entera voluntad y por tu amor, todos tus dones, del mismo modo que lo quisiéramos para nosotros.

VII. Y no nos dejes caer en la tentación. Aleja de tu familia eucarística las vocaciones falsas, engañosas, impuras; no permitas que esta pobre y humilde familia caiga jamás en manos de un orgulloso, de un ambicioso ni de ningún hombre duro e iracundo.

No entregues a bestias inmundas y perversas las almas que te confiesan y esperan en Ti.

Preserva a tu familia eucarística de todo escándalo, consérvala virgen de todo vicio, libre de toda servidumbre mundana, extraña al siglo, a fin de que pueda cifrar toda su alegría en servirte santa y libremente, con paz y tranquilidad.

VIII. Mas líbranos del mal. Líbranos del demonio impuro, orgulloso, sembrador de discordias. Líbranos de las preocupaciones y cuidados de esta vida, a fin de que, con corazón puro y espíritu desasido de todo, nos consagremos gozosos con todas nuestras cosas a tu servicio eucarístico. Líbranos de los falsos hermanos no sea que opriman esta pequeña sociedad, todavía en mantillas; de los sabios del mundo, para que no corrompan en nosotros la sencillez de tu espíritu; de los sabios orgullosos, no sea que provoquen tu cólera y nos abandones; líbranos de los hombres afeminados, no sea que menoscaben el vigor de la santa disciplina y el ardor de la virtud, y finalmente, de los hombres inconstantes y falsos, no sea que turben nuestra sencillez.

Amen. Espero en ti, ¡Oh Jesús y Señor mío! Nunca jamás seré confundido. Tú sólo eres bueno, poderoso, eterno. A Ti solo, honor y gloria, amor y acción de gracias por los siglos de los siglos.



San Pedro Julián Eymard

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