HOMILÍA DEL SR. OBISPO
EN LA VIGILIA DE ESPIGAS
(3-VI-2006)


1. Cien años de adoradores al Santísimo Sacramento en esta Comunidad parroquial. Grupos de la Adoración Nocturna por los que han pasado y están muchos nombres y apellidos de cristianos de esta Parroquia, a los que hoy nos unimos otros adoradores para celebrar su primer centenario de historia. Enhorabuena y nuestra más cordial felicitación. Adoramos, una noche más en este Templo, a tan augusto sacramento. Reconocemos su voz en este encuentro nocturno en el que comparte con nosotros nuestra existencia. Abramos a él nuestro corazón de par en par, con lo más noble y también con nuestras pobrezas. No salgamos de este templo como hemos entrado, pues Jesús pasa esta noche a nuestro lado con las manos llenas.

2. Con profundo realismo y acercándonos a los Evangelios, debemos saber y lo podemos comprobar, que no fue fácil a los discípulos creer, descubrir el rostro vivo de Jesucristo y fiarse de él plenamente.

Así, al final del discurso de Jesús en Cafarnaúm que siguió a la multiplicación de los panes (Jn 6, 1-17) muchos de los presentes se escandalizaron ante su anuncio de que un día comeríamos su cuerpo y beberíamos su sangre, para poder tener vida en nosotros. Muchos le abandonaron ante este anuncio. Debió comprobar también rostros dubitativos entre sus íntimos porque llegó a preguntarles si también ellos querían marcharse. Pedro contestó, sin embargo, en nombre de todos: “Señor, ¿a quién vamos a acudir, si sólo tú tienes palabras de vida eterna?”.

Les costó también creer en Cristo resucitado. Tuvo que mostrarles las manos y el costado. Tomás sólo creyó después de tocar y ver estas señales en el Resucitado. Los que se retiraban de Jerusalén a Emaús el mismo día de la Pascua, decepcionados por lo sucedido a su maestro, su muerte en la cruz, recobraron su fe al partir el pan.

No es a través de los sentidos, queridos fieles adoradores, como percibimos la presencia del rostro vivo de Jesucristo. Sólo es por el don de la fe y del amor como llegamos a conocer al Señor. no hay otro camino. Es obra del Espíritu y este don de la fe debemos pedirlo una y otra vez, continuamente. Es desde la experiencia del silencio y la oración sincera como madura nuestro conocimiento del misterio de Dios, y siempre
bajo la ayuda del Espíritu Santo.

3. Les decía Jesús a sus discípulos, hemos escuchado en el evangelio según San Juan (Jn 15, 26-27; 16, 12-15): “Cuando venga el defensor que os enviaré desde el Padre, el Espíritu de la verdad, que procede del Padre, él dará testimonio de mí; y también vosotros daréis testimonio… cuando venga él. El Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad plena.”

Son las mismas palabras que hoy nos repite Jesucristo a nosotros, queridos sacerdotes y fieles: “El Espíritu de la verdad os guiará hasta la verdad plena.”

Uno de los mayores problemas de nuestro tiempo es la carencia de espíritu, el exceso de lo material que nos invade por completo y asfixia nuestra interioridad. La carencia de espíritu y razones para vivir, la desconexión de una idea clara de la trascendencia de nuestro ser como imágenes de Dios; el sentido egoísta de toda nuestra actividad sin espacios para el amor y entrega a los demás, hace que el ser humano se sienta vacío, íntimamente insatisfecho, impregnado de un sentido de fracaso y hasta de cierta desesperación.

La Secuencia de esta Fiesta de Pentecostés: “Ven Espíritu Divino”, es un perfecto resumen y respuesta a esta situación. En esa vibrante oración al Espíritu de Dios se dice: “Mira el vacío del hombre, si tú le faltas por dentro; mira el poder del pecado, cuando nos envías tu aliento”. El ser humano crece interiormente, se hace más humano en la medida en que se abre a Dios y a los demás. Bajo la acción del Espíritu se encuentra
y reconcilia con Dios y consigo mismo; se abre a la comunión gozosa con Él y con los
demás, desde Él.

Con palabras también de San Pablo en la segunda lectura (Gál 5, 16-25) el Señor también nos invita y exhorta para andar “según el Espíritu”. “No realicéis los deseos de la carne, pues la carne desea contra el espíritu y el espíritu contra la carne… En cambio el fruto del Espíritu es: amor, alegría, paz, comprensión, servicialidad,
bondad, lealtad, amabilidad, dominio de sí.”

Está muy claro lo que el Señor nos dice: los efectos de la ausencia del Espíritu en nuestras vidas y en la Comunidad cristiana son devastadores: disminuye la fe y la esperanza, crece el miedo y el vacío interior. Se cierran las puertas y ventanas a la esperanza, al amor, a la trascendencia. Al contrario, con la fuerza del Espíritu, desde el principio de la Iglesia y también hoy, el discípulo es capaz de ver y anunciar a Jesucristo vivo y resucitado, vivir y predicar la verdad de su Evangelio, hacer un canto al amor y a la fraternidad que derrotan al odio y la violencia egoísta, y son capaces de crear seres humanos distintos, personas transformadas, corazones encendidos en el fuego del amor divino.

4. “El Espíritu de la verdad os guiará hasta la verdad plena”, queridos adoradores. Con sus dones continúa enseñándonos los misterios del amor de Dios por nosotros. A los hombres perplejos de todos los tiempos, a quienes piden con sinceridad “queremos ver a Jesús” (Jn 12, 21) se responde con el gesto que el Señor mismo realizó para aquellos discípulos de Emaús: partir el pan. En el pan y el vino consagrados sobre tantos altares se manifiesta el rostro invisible de Cristo, el Hijo de Dios. En el pan y en el vino consagrados permanece con nosotros el mismo Jesús de los Evangelios que los discípulos encontraron y siguieron, que vieron crucificado y resucitado.

Decía Juan Pablo II a los jóvenes reunidos a las afueras de Roma, en Tor Vergara, en aquel inolvidable encuentro internacional de la juventud: “Poned la Eucaristía en el centro de vuestra vida personal y comunitaria; amadla, adoradla y celebradla, sobre todo el domingo, Día del Señor. Vivid la Eucaristía dando testimonio del amor de Dios a los hombres.”

El verdadero adorador está impregnado de esta fe eucarística, fruto eficaz de los dones del Espíritu que ha penetrado en su ser. Nadie podrá ya arrancarle esta verdad que penetra en su ser “como misterio de fe” y es respuesta luminosa para sus pasos. Desde el Cuerpo y la Sangre de Cristo, víctima, presencia y alimento que se entrega por nosotros, el adorador reconoce también a Cristo en el rostro de sus hermanos, especialmente en los más necesitados de su amor.

El adorador que ha encontrado el incomparable tesoro de la Eucaristía, no se lo guarda para él, es portador de esta luz para otros.

¡Qué importante es que el adorador explique desde sus vivencias y transmite esta fe a los niños y niñas que se acercan a la primera Comunión, y lo mismo a los jóvenes y adolescentes que se preparan para la Confirmación, estímulo desde su experiencia a los cristianos que se acercan al sacramento del Matrimonio, colabora con los sacerdotes para llevar con frecuencia el Sacramento de la Eucaristía a enfermos y ancianos, que ya no pueden acercarse al templo. Son, en una palabra, levadura eucarística para familiares, amigos, compañeros. Éste es el auténtico adorador eucarístico.

Nuestro recuerdo y agradecimiento a quienes como apóstoles de la Eucaristía hicieron posible esta sección de adoradores en Torreperogil hace ya cien años, y nuestra felicitación también a los nuevos apóstoles y adoradores actuales. Gracias en nombre de la Iglesia y de esta Parroquia. Que este centenario no quede sólo en celebraciones externas, ya sé que no es así, sino que sea ocasión para profundizar y avanzar en los compromisos y gracias que Dios deposita en vuestras manos a través de su Espíritu.

Así lo ponemos ante Jesús Eucaristía y en las manos de la primera mujer eucarística, primera custodia de la historia, nuestra Madre la Virgen Santísima.

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